Registro Histórico de Berástegui
 

BERASTEGUI, PRINCIPIO DE LA INDUSTRIA REDENTORA

Por: Miguel Angel Bedoya Guerra

Berástegui, más que un simple apellido extranjero, encierra una interesante historia del pasado del Sinú industrial y político. En 1810 el sacerdote José María Berástegui, en honor de quien hoy nuestro corregimiento anarbola su nombre, fijó los linderos de la hacienda de su padre, estableciendo en ella las primeras viviendas para los trabajadores, después de haber prestado invaluables servicios a la causa de la independencia en la campaña del general Córdoba en Corozal y en el sitio de Cartagena.

Muerto en 1862, su pariente Manuel Burgos trasladó el caserío al lugar donde hoy se encuentra llamándolo primero Hato Nuevo y luego Berástegui, en honor al cura español, y un año después fundó la primera fábrica de azúcar sin refinar. En la década de 1890 tras dificultades y frsutraciones, su hijo, el general Francisco Burgos Rubio, con socios cartageneros logró financiar y fundar el ingenio para azúcar refinada, que fue próspero hasta la crisis económica de los años 30, cuando intervino el Chemical Bank de Nueva York como socio auxiliar para su salvación.

Esta empresa berastiguera cobijaba a mil trabajadores, con beneficio extensivo a cinco mil personas con promedio a nivel de familias, que dependían de esos ingresos. A pesar de las malas vías el negocio marchaba bien y se consolidaba tantop el ritmo rentable de su producción y calidad, que la Dirección Nacional de Estadísticas en 1952 consignó en sus archivos un criterio favorable que señalaba que Berástegui era uno de los ingenios más importantes del país, con campos propicios para su desarrollo mayor, con sus tierras inmejorables y alternativas similares a los del Cauca. Se dice que las inundaciones mermaron la calidad de la caña, que junto a otras causas motivaron su cierre, resultado que contradice los respetados conceptos favorables. Como pionero que estaba forjando el principio de una industria redentora para el Sinú, el ingenio debió siempre incrementarse y jamás desaparacer, con todos los sacrificios y esfuerzos que implicara su continuidad y mucho más en aquellos momentos cuando el azúcar era una gran fuente de divisas para Colombia.

De todo ese epicentro laboral y dulce producción, sólo queda el amargo recuerdo de su clausura, aunque de paso al mencionar su nombre, forzadamente se hace alusión evocadora de una estirpe política, de una ortodoxía élite conservadora que con ahínco y patriotismo le sirvió al país.

La última zafra fue en 1954, siete años después del deceso del general Burgos, quien se fue tal vez convencido, de que Berástegui seguiría marchando por encima de los obstáculos que él superó al comienzo. Desafortunadamente eso no ocurrió. No hubo voluntad ni fe en quienes pudieron sustituir a sus fundadores, y un 14 de marzo de 1956, en el Juzgado Segundo Civil del Circuito de Cartagena, se llevó a cabo el remate de toda la estructura del ingenio, con sus 1.719 hectáreas de tierras.

Desde entonces no suena el pito del batey, que era como un reloj sonoro que marcaba el ritmo cotidiano de la provincia. Hasta hace pocos años sobrevivió la chimenea, como chatarra vertivcal que se alzaba ya sin humo fabril, como testigo mudo y testimonio de la incapacidad conformista que permitió el fracaso final del ingenio. También queda la esperanza de que algún día volverá, lo que sería para el Sinú, la reivindicación del histórico error cometido y he allí el reto de los berastigueros de bien y de las nuevas generaciones.

 
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